Ya sea para evitar atascos, para bajar la contaminación o para reducir el tiempo de cada trayecto, las urbes estudian cómo alterar el ecosistema del transporte y mejorar la comunicación.

De Nevada a Madrid, inventado por un magnate o propuesto por un grupo político, los modos de transporte están en el punto de mira. Da igual que sea imaginando futuros de ciencia ficción o planificando un urbanismo sostenible. Ganan posturas que abogan por esa ciudad de proximidad y las que se las ingenian para que la solución pase por horadar el subsuelo.

Esa es la propuesta de Elon Musk, responsable de Tesla y propietario de la red social Twitter: en Las Vegas ha llevado a cabo su idea contra las molestias de la circulación. “El tráfico me está volviendo loco. Voy a construir una máquina perforadora de túneles y empezaré a cavar”, escribió en diciembre de 2016. De esa pataleta virtual nació una compañía (otra más) y un carril subterráneo que, de momento, apenas suma 2,7 kilómetros.

LVCC Loop es el nombre de esta ocurrencia plasmada en una metrópoli de unos 650.000 habitantes. Su uso, seis años después, es residual. Y bastante caprichoso: el trayecto en cuestión no resta demasiados minutos al conductor. Es más una experiencia que una solución, pero quizás se encuadre en eso que ha venido a llamarse ciudad inteligente (smart city, en inglés).

tren futuro

Con ese apodo se trata de englobar lo referente a movilidad, pero también a inclusión o sostenibilidad. Conceptos que se expanden no solo en lo referente a las carreteras, sino a todo un sistema amplio de actividades cotidianas como es hacer la compra o dedicar tiempo al deporte. En algunos lugares ya empieza a sonar no solo ese adjetivo de inteligencia, sino lo de “ciudad de los 15 minutos”.

Una población que permita, en resumen, realizar los quehaceres diarios (obligaciones laborales, ocio, aprovisionarse de lo necesario) sin dedicar más de un rato ni desesperarse entre esperas o transbordo, como pasa en las metrópolis actuales, en que las distancias y las comunicaciones se comen gran parte de la jornada. En Madrid, por ejemplo, la media de tiempo dedicado a ir al puesto de trabajo son 46 minutos, según un estudio de la plataforma Moovit. Algo que no solo influye en el bienestar personal, sino en el medioambiental. Ni siquiera el famoso teletrabajo, que “había venido para quedarse”, ha paliado esta costumbre.

Ahora, no solo se fomentan los carriles bici en cualquier ciudad, sino que en esta se han propuesto unos autobuses rápidos. Una especie de AVE urbano. Serían eléctricos, con capacidad para 100 viajeros y frecuencias de entre ocho y 12 minutos. Además, solo para el caso de la capital de España, se habilitarían unos 30 kilómetros con “prioridad semafórica” y apartada de los carriles del resto de vehículos.

Quienes lo plantearon asemejaban esta forma de trasladarse por la superficie como la que se hace en metro. Y enfatizaban esa prioridad del transporte público sobre el privado, en una tendencia que se suma a las otras líneas principales de actuación, como reducir el paso de automóviles en los centros históricos, aumentar la frecuencia de trenes o impulsar políticas acordes a lo que demanda el planeta.

Francisco Casas, especialista en movilidad y fundador de Emovili, una empresa dedicada a los puntos de recarga para vehículos eléctricos, cree que el avance es abismal. “Cuando hablamos de smart cities vemos cosas que hace tres años parecían imposibles”, adelanta. Una es, por ejemplo, el cierre de ciudades. Si echamos la mirada atrás, aún regresan imágenes de protestas por la peatonalización de arterias históricas. Hoy nadie las recuerda con coches y, mejor aún, nadie las quiere con ellos.

“La regulación ya va a ir en ese sentido, sin duda. Y el gran cambio llegará en los coches eléctricos”, avisa. Según el profesional, hay tres obstáculos principales que han paralizado la expansión masiva de este tipo de automóvil. Uno es la infraestructura, la falta de puntos de recarga. Otro, el precio. Y, por último, la batería. “Esto está limitando su propagación, y van unos años sin muchos avances, pero ya se está dando un impulso”, corrige.

parada autobus

Desde Emovili, tal y como explica Casas, están trabajando con baterías que cubren hasta 1.000 kilómetros. Y con aparatos que no solo requieren energía, sino que la aportan al hogar. Una revolución que se asocia a esa pirámide invertida de la que se habla entre los círculos de movilidad. ¿Cómo es? Pues en la base debería estar el transporte privado y en el pico el peatón. Después vendrían la bici, la red de transporte público, los distribuidores y el coche compartido.

Aunque, como apuntaba María Eugenia López-Lambas en un artículo de La Vanguardia, “cada ciudad es un mundo”. “Existen muchos tipos y tamaños, y cada una de ellas tiene sus necesidades”, destacaba la profesora de Transportes de la Universidad Politécnica de Madrid y subdirectora del Centro de Investigación del Transporte TRANsyT-UPM. El reto, añadía, es procurar un cambio hacia modos más sostenibles, reduciendo el uso de lo privado. “La columna central de esto es el transporte de calidad combinado con transportes alternativos como la bicicleta, y caminar”, sostenía.

Tomás Ruiz Sánchez la apoyaba: “El transporte público colectivo debe llegar a toda el área urbana con un servicio de calidad y adaptado a cada nivel de demanda. Una vez mejorado, es preciso que sea bien utilizado para asegurar su eficiencia energética y medioambiental con bajos ratios de consumo y emisiones. La protección del peatón y la promoción del uso de la bicicleta son fundamentales para conseguir una movilidad urbana eficiente”.

El doctor por la Universitat Politècnica de València en Planificación del Transporte coincide con su compañera en que hay ciertas claves que pueden funcionar, pero también factores a tener en cuenta: las restricciones del tráfico, las peatonalizaciones u otras medidas solo tendrán éxito cuando la alternativa de transporte público para el ciudadano sea mejor en términos de calidad, sostenibilidad, accesibilidad y frecuencia de paso.

Y eso pasa por algo más que inventar túneles o buses sin paradas. Hay que ampliar la transición a otras formas de energía, olvidar lo fósil, cambiar las flotas anticuadas y contaminantes o, siendo más ambiciosos, modificar el plano de las ciudades. Parece que cuesta, pero hay ejemplos: lo atestiguan las fotos de tranvías y atascos en las plazas principales que ahora suenan a antiguas y que nadie echa de menos.

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