Son tan reconocibles, que no necesitan palabras para identificarlos, así son los logos de las marcas de coche más famosas del mercado. Algunos han pasado por grandes cambios desde su origen hasta la actualidad, pero otros apenas han modificado su diseño desde que se crearon.

Renault, Citroën, Ferrari y Rolls-Royce son cuatro marcas muy distintas entre sí, pero todas ellas guardan buenas historias detrás de sus logos. Vamos a conocerlas.

Las vueltas que dio Renault hasta adoptar el rombo

Si echamos un ojo por la trayectoria de esta marca, bien podría parecer que esta compañía automovilística no terminaba de decidirse claramente por un logo para sus vehículos, porque su imagen de marca es una de las que más variaciones ha tenido a lo largo de su historia. Fundada en 1898 por los hermanos Louis, Marcel y Ferdinand Renault en Francia, el primer logo de la compañía fueron dos letras R enmarcadas en un medallón. Normal, había que hacer honor al apellido.

Cuando en 1906 un Renault AK ganó el primer Gran Premio de Francia, los fundadores decidieron cambiar el logo de la compañía y homenajear al vehículo ganador. Y ahí estuvo el coche hasta 1919, fecha en la que el logo volvió a cambiar de diseño.

Durante la I Guerra Mundial, la compañía francesa empezó a fabricar tanques para la contienda. Uno de ellos, el Renault FT17, resultó un éxito de ventas ya que era un acorazado muy manejable y rápido debido a su pequeño tamaño. Y, claro, si el hecho de sentirse orgullosos de su Renault AK les llevó a incluirlo en su logo, era obvio que iban a hacer lo mismo con su FT17. Por eso, al terminar la guerra, Renault lució en su logotipo un señor tanque.

Pasados los efluvios bélicos, la compañía francesa volvió a lo suyo, que eran los coches. A partir de 1925, el diseño de sus vehículos cambió y situaron el radiador en la parte delantera del automóvil, lo que hizo que colocaran también una rejilla para su ventilación. Y ese detalle, la parrilla frontal, fue la que eligieron para cambiar, una vez más, el logo de la empresa. Desde ese momento, y hasta 1930, esa parrilla enmarcada en un círculo con el nombre de Renault en el centro empezó a estilizarse y a tender a la forma de diamante. Hasta que en 1946, cuando la compañía fue nacionalizada tras la acusación a Louis Renault de colaboracionista con los nazis, el rombo quedó como logo definitivo de la marca, eso sí, con su parrillita bien dibujada y su “Renault” bien plantado en el centro.

En 1972, Renault decide actualizar su imagen y encarga al pintor y artista plástico Victor Vasarely que le dé un aire nuevo al viejo logo. El resultado fue el conocidísimo rombo, más ancho que el original, con las líneas más limpias y sin la palabra Renault en el centro. En los años siguientes, ese rombo se fue actualizando, añadiendo y quitando el nombre de la marca, e incluso añadiendo un toque 3D en su diseño.

El actual ha sido actualizado por Giles Vidal, director de diseño de Renault. Para ello, ha recuperado las líneas originales y el flat design (diseño plano) para jugar con ellas creando un efecto óptico por el que los rombos parecen encajar uno en el otro. Ese flat design, explica Vidal, permite a la compañía animarlo en sus vídeos corporativos o en las plataformas digitales.

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Imagen cedida por Renault

El origen industrial de los chevrones de Citroën

Junto con Renault, Citroën es otra de las marcas que más veces ha cambiado su logotipo. No tanto en el símbolo, que siempre han sido esos engranajes angulosos peculiares llamados chevrones, sino en el diseño y color de estos. Porque eso, engranajes, es lo primero que fabricó Citroën antes de dedicarse definitivamente a los coches.

Cuentan que André Citroën, el fundador de la compañía, se quedó encandilado en un viaje que hizo a Polonia en 1900 con unos engranajes fabricados en madera que los polacos utilizaban en la maquinaria de los molinos. Fue entonces cuando decidió comprar la patente, llevarla a Francia y empezar a fabricar esos engranajes allí, pero en acero. El logotipo para su negocio estaba claro: dos chevrones, uno amarillo y otro azul, enmarcados en una elipse.

Tras la I Guerra Mundial, al dejar de fabricar armamento para el ejército francés, André Citroën cambia el rumbo de la compañía y se dedica a fabricar automóviles, pero mantiene el logotipo original. La única variación en esos años fue el color. Hasta que en 1930, al incorporar el motor flotante en los vehículos con el que se reducían las vibraciones, el logo incorpora un cisne blanco flotando en el agua.

Pero esta imagen no duró mucho: apenas dos años después, la marca recuperó sus chevrones sin más adornos y los mantuvo prácticamente intactos, salvo pequeñas modificaciones para actualizar su diseño al gusto de cada época, hasta 1985. Fue entonces cuando se prescinde del azul y amarillo originales y se sustituye por el rojo y blanco.

En la actualidad, la compañía francesa ha vuelto a cambiar su imagen de marca para reforzar su línea de coches eléctricos. Esta vez, ha recuperado el logo de los años 20 del siglo pasado, en el que los dos chevrones van enmarcados por un óvalo y lo ha reinterpretado adaptándolo a las tendencias actuales. Se trata de la décima actualización de su logo desde el origen de la compañía. El equipo de diseño de Citroën ha sido el encargado de renovar el logo de la marca, con la colaboración de Stellantis Design Studio.

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Imagen cedida por Citroën

Ferrari y el caballo rampante de la suerte

Es ver ese caballo rampante e identificar la marca inmediatamente: un Ferrari. Y no deja de ser curioso que este animal llegara a la compañía por casualidad.

Enzo Ferrari, fundador de la empresa, fue piloto de carreras en los años 20 del siglo pasado antes que fabricante de coches. En 1923, Ferrari, que pilotaba para Alfa Romeo, ganó la carrera que se celebró en Rávena, en el circuito de Savio, y fue invitado a una cena en casa de la condesa Paolina Biancoli. El joven Enzo se fijó en una tela que la condesa había colgado de una de las paredes, con un caballo rampante como figura principal.

Aquella tela era, en realidad, parte del fuselaje del avión que Francesco Baracca, hijo de la condesa y al que se consideraba héroe nacional, había pilotado en la I Guerra Mundial hasta que fue abatido. Baracca, a su vez, lo había obtenido al derribar un avión enemigo. El caballo era el símbolo de la ciudad natal de aquel piloto alemán derribado, Stuttgart, y el italiano no dudó en lucirlo en su avión desde aquel momento.

Al ver el interés del joven piloto italiano en aquella tela, la condesa no dudó en ofrecérselo para que lo luciera en su coche en las próximas carreras, asegurándole que le traería buena suerte. Sin embargo, Alfa Romeo no autorizó a Enzo Ferrari a lucir aquel caballo en sus coches hasta 1932, año en que ganó en el circuito de Spa. Para entonces, Ferrari, cansado de que no le dejaran tomar sus propias decisiones, rompió con la compañía para la que trabajaba y decidió crear su propia escudería.

Il cavallino, que es como llaman los italianos a ese caballo rampante, pasó a formar parte del logo de su marca. Para diferenciarlo del que aparece en el escudo de Stuttgart (y en el de su rival, Porsche), le añadió un fondo amarillo, que es el color de la bandera de su ciudad natal, Módena.

Imágenes cedidas por Ferrari

Rolls-Royce y el amor secreto de un aristócrata y una actriz

Imagen cedida por Rolls Royce

Sin duda, Rolls-Royce es una de las marcas más conocidas y reconocidas del mundo. Su nombre es símbolo de lujo y para muchos los de la compañía británica son los mejores coches del mundo.

Fundada por Charles Rolls y Henry Royce en 1904, el logo que adoptaron sus creadores en un principio fueron las dos R de sus apellidos en color rojo y sobre un fondo plateado. Pero en 1910, Charles Rolls, un apasionado de los aviones, murió en un accidente de aviación. En señal de duelo, una de las dos R pasó a ser negra, y así se mantuvieron hasta 1933, año en que murió su otro fundador, Henry Royce. Desde entonces, ambas letras son negras.

Pero quizá el símbolo más reconocido de esta marca no es su logo, sino esa figura de una mujer que desafía al viento conocida como el Espíritu del Éxtasis. Y nació de una historia de amor.

En aquella época, los Rolls llevaban un antiestético tapón para el radiador, y uno de los clientes más distinguidos, John Walter Edward Scott-Montagu, lord Montagu de Beaulieu, encargó a un escultor amigo suyo, Charles Robinson Skyes, una estatuilla que pudiera colocar en su Rolls encima de ese tapón para ocultarlo.

Lord Montagu de Beaulieu tenía un romance con su secretaria, la actriz de origen español Eleanor Velasco Thorton, que llevaban muy en secreto. Al artista se le ocurrió tomar a aquella mujer como modelo. Skyes moldeó a una mujer con la ropa flotando en el viento que se llevaba el dedo a la boca como pidiendo silencio. De esta manera, simbolizaba el secretismo de la relación sentimental entre el aristócrata y la actriz.

La idea de ocultar el botón del radiador de los Rolls-Royce con algún tipo de figurilla se extendió entre los clientes de la marca. Pero no todos tenían el mismo buen gusto que lord Montagu de Beaulieu, y los propietarios de la compañía automovilística decidieron parar aquel desvarío que, al fin y al cabo, afectaba a su imagen. Así que, animados por el aristócrata, encargaron al mismo artista la creación de otra figurilla inspirada en la de la actriz, pero que fuera diferente. A esta nueva creación, Skyes le cambió los rasgos de la cara y eliminó el gesto de pedir silencio de la original. Había nacido el Espíritu del Éxtasis, que estaría presente desde entonces en todos los coches de la marca.

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Imagen cedida por Rolls Royce
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