Un indicador de cómo va a ir nuestro día podría ser, por ejemplo, cómo nos levantamos. Si lo hacemos con energía, el día tenderá a ser positivo porque nuestro buen talante nos inclinará a tomar buenas decisiones y salir airosos de posibles problemas. Por el contrario, si ya amanecemos desganados, hay muchas posibilidades de que la cosa no remonte.

Lo cierto es que nuestro estado de ánimo influye mucho en nuestra manera de manejarnos en el trabajo, en casa o en nuestra vida social. Lo mismo ocurre con la conducción. No nos comportamos igual al volante si nos sentimos nerviosos, estresados o cansados que si estamos tranquilos, relajados y de buen humor.

Las consecuencias de ponerse al volante cuando se está cansado física o emocionalmente, estresado o enfadado son varias: pueden provocarnos visión de túnel, lo que impide que nos demos cuenta de lo que ocurre alrededor de nuestro coche. Los tiempos de reacción son más lentos, lo que afecta a la precisión y a las habilidades de conducción que requieren una sincronización rápida. No nos permite predecir bien las situaciones de riesgo y pueden llevarnos a tomar decisiones más temerarias o a conducir con exceso de velocidad. Y seguramente nos harán sentir más ira y rabia al volante, dos de las emociones más peligrosas cuando manejamos un vehículo.

EMOCIONES QUE AFECTAN A LA CONDUCCIÓN

El cansancio

Puede que la noche anterior no hayamos dormido bien o las horas necesarias, o que hayamos tenido un día muy intenso de trabajo… Son muchas las cosas que pueden producirnos cansancio. El agotamiento físico hace que nuestra atención se relaje y necesitemos más tiempo de reacción, lo que puede acabar provocando un accidente.

El enfado

La ira afecta mucho a la manera en la que conducimos ya que nos convierte en conductores agresivos. Y eso no significa necesariamente lleguemos a las manos a la menor provocación, aunque también puede derivar en eso. Un conductor agresivo no suele respetar la distancia de seguridad, cambia bruscamente de carril, circula a más velocidad de la permitida, toca continuamente el claxon para mostrar su irritabilidad y cualquier contratiempo del tráfico le enerva.

El miedo, la depresión y la ansiedad

Un poco de miedo al conducir nos hace ser más prudentes. El problema es cuando ese temor al coger el volante es muy grande porque eso puede llegar a paralizarnos ante un incidente en carretera y no sepamos reaccionar a tiempo.

Igualmente, la ansiedad y la depresión afectan seriamente a la conducción, ya que provocan que interpretemos la información que nos llega a través de nuestros sentidos de manera diferente. Y pueden conseguir que nos distraigamos al volante ya que tenemos la mente centrada en nuestros problemas y no en la carretera.

El estrés

Pero quizá la emoción más frecuente y la más peligrosa sea el estrés. Una vez más, depende del grado en el que se manifieste. Un poco de estrés es bueno porque nos hace estar más alerta ante posibles peligros. Pero cuando los niveles se disparan o se prolongan en el tiempo, llegan los problemas.

El estrés se presenta en tres fases: la reacción de alarma, la de resistencia y la de agotamiento. En la primera, si la energía que se activa en nuestro organismo se descontrola, podemos comportarnos de manera más competitiva y hostil al volante; nos puede hacer más impulsivos e impacientes, lo que nos lleva a aumentar la velocidad y a equivocarnos al tomar decisiones; también puede provocar que seamos más imprudentes y temerarios, haciendo que tengamos una menor percepción del riesgo, y que nos lleve a sentir un menor respeto por las normas de circulación.

En la segunda fase, la de la resistencia, subirá el nivel de todas las reacciones anteriores y puede hacernos tener una menor tolerancia a la frustración, por lo que cualquier pequeña contrariedad en la carretera o en la circulación nos altere más que en otra circunstancia.

Y en la tercera, la de agotamiento, el que se verá afectado más seriamente es nuestro rendimiento. Las decisiones que tomemos serán más lentas y cometeremos más errores; nos costará mantener la atención sobre el tráfico; experimentaremos fatiga y fuertes alteraciones del ánimo que podrían llevarnos a comportarnos de manera agresiva, hostil e impulsiva. Quizá también nos haga ser más temerarios al volante por tolerar un mayor nivel de riesgo y podríamos mostrar menos respeto por las normas de circulación.

Por todo ello, debemos ser muy conscientes del estado de ánimo con el que entremos a nuestro coche. Las emociones intensas, ya hemos visto, influyen en nuestra actitud ante el volante y en nuestra manera de resolver los problemas que puedan surgir en la carretera. Lo conveniente es intentar tomar medidas que nos ayuden a calmarnos (descansar bien, no tomar alimentos pesados antes de iniciar el viaje para evitar somnolencia, planificar los desplazamientos, emplear técnicas de relajación, mantener el vehículo en buen estado para evitar sustos y tensiones, cuidar nuestra salud física y emocional…) para poder centrarnos en lo único importante al volante: llegar a nuestro destino sin contratiempos y con seguridad.

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