La necesidad de referencias para evaluar distancias y medidas lleva con los seres humanos casi desde sus orígenes. Desde los inicios de la civilización, las personas han tenido que llevar a cabo determinadas actividades que requerían de un establecimiento claro de las distancias. La construcción de edificios, los viajes o el comercio son solo varios de los ejemplos de la importancia que tienen los sistemas de medida de longitudes en la vida cotidiana. 

Dígitos, pulgadas y pasos

Las primeras civilizaciones desarrollaron sistemas para estimar distancias basados en el propio cuerpo humano. A fin de cuentas, usar una unidad que llevas continuamente encima es especialmente práctico para desentrañar la medida de algo en cualquier momento de necesidad. Esta costumbre presentaba, como es lógico, dos inconvenientes. En primer lugar, la diversidad en los tamaños corporales de las personas eliminaba cualquier posibilidad de estandarización. Pero es que, además, durante muchos milenios, diferentes sociedades utilizaban diferentes unidades de medida, lo que impedía la traducción de distancias de una sociedad a otra. 

En un momento tan remoto como el tercer milenio antes de Cristo, los egipcios ya utilizaban su propia unidad de medida para hacer referencia a las distancias, el cúbito. La medida no se correspondía estrictamente con el hueso del brazo, sino que se extendía del codo a la punta del dedo anular. Para medidas menores se utilizaba la distancia entre la punta del meñique y la del pulgar (medio cúbito), la anchura de la palma de la mano (una palma o sexto de cúbito) y la anchura del dedo anular (el dígito o un venticuatroavo de cúbito). La medida oficial para usar en construcciones era el cúbito real, equivalente a un cúbito y una palma (es decir, siete palmas). 

Con el paso del tiempo, las unidades de medida de la civilización egipcia evolucionaron, y los romanos y los griegos ya heredaron el pie como unidad de longitud. El mecanismo del paso de unas medidas basadas en los brazos a otras basadas en los pies continúa siendo un misterio a día de hoy. 

El pie romano ya estaba dividido en pulgadas (unciae), que con el paso de los siglos darían lugar a una de las unidades del sistema imperial todavía vigente en algunos países. Así, un pie estaba dividido en 12 unciae y 16 dígitos. A estas medidas, los romanos añadieron una unidad superior, el paso, equivalente a cinco pies, y que en conjunto podía usarse como la mille passus (1.000 pasos o 5.000 pies). Esta mille passus ya se utilizó durante la expansión del Imperio romano para delimitar la longitud de las calzadas romanas con la colocación de indicadores de piedra (miliardos) cada mil pasos. 

Durante siglos, el pie romano fue la unidad de medida básica, a pesar de que su longitud variaba entre zonas geográficas. Se calcula que un pie romano equivaldría aproximadamente a 29,62 centímetros. 

Bronze Yard

La vara de medir

Por su parte, en la península ibérica durante las edades medieval y moderna la medida básica de longitud era la vara (3 pies). El problema con las varas era el mismo que con los pies, ya que la longitud de las varas también variaba. Finalmente, en 1801 se establecería que la vara de Burgos (equivalente a 0,835905 m) era la única medida básica oficial. En la segunda mitad del siglo XVIII, las carreteras construidas en España a cargo del Estado se señalizaban en leguas, que es la distancia que una persona puede recorrer en una hora. Esto se hizo para que cualquier persona pudiese medir y comunicar distancias. El problema es que cada persona caminaba a un ritmo distinto y que cada carretera ofrecía distintas dificultades.

Con la llegada de la industrialización se hizo necesario unificar las medidas a escala internacional. Durante el siglo XVII tuvieron lugar las primeras discusiones en Europa sobre la unificación de medidas. Tras un siglo entero de discusión, en 1791 Francia propuso la adopción del metro como unidad básica, usando la distancia del meridiano del Polo Norte al Ecuador como referencia. Así, un metro sería un 1/10.000.000 de esa distancia. 

En la actualidad, el sistema métrico decimal está adoptado ampliamente en todo el mundo a excepción de tres países, Estados Unidos, Liberia y Myanmar, que usan el sistema imperial (millas, pies y pulgadas) y Reino Unido, que usa una mezcla de ambos sistemas. 

 

La estandarización del sistema métrico decimal

En España, la adopción del sistema métrico decimal se produjo en 1849. La unidad básica sería el metro y estaría marcada en función de la medida geográfica fija adoptada en el resto de países que compartían el SMD (la “«diez millonésima parte del arco del meridiano que va del Polo Norte al Ecuador”). 

El estándar que definía el metro en función de distancias geográficas terrestres se mantuvo hasta 1960. En la Conferencia General de Pesos y Medidas de ese mismo año, se sustituyó por una medida más exacta, creada en referencia a las longitudes de onda de la luz naranja emitida por el elemento krypton-86 en el vacío. Esta referencia se mantuvo hasta 1983, cuando los avances en la tecnología láser permitieron hacerla todavía más exacta y pasaron a definirla como “la longitud del trayecto recorrido en el vacío por la luz durante un tiempo de 1/299 792 458 de segundo”.

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Hoy, el sistema predominante en todo el mundo continúa siendo el sistema métrico decimal. Su principal ventaja frente al imperial es que es más sencillo de utilizar puesto que las correspondencias entre todas las diferentes unidades lo hacen en base al número 10. A pesar de su uso generalizado, es importante otorgar al sistema imperial lo que es suyo. Incluso aunque en algunas ocasiones es más engorroso de utilizar, lo cierto es que, al usar unidades que se subdividen en 12 en vez de 10, ofrece ciertas ventajas. Así, mientras que una distancia basada en el SMD solo ofrece dos números redondos al dividirse en tramos (en 2 o 5), una basada en el sistema imperial se puede dividir con facilidad en 2, 3, 4 y 6 tramos. 

Imperial measurement standards, Greenwich.
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