El Imperio Romano no hubiera llegado a ser lo que fue de no ser por su extensa red de carreteras.  Algunas de estas vías, creadas hace más de dos mil años, siguen siendo la matriz de las carreteras por las que circulamos en la actualidad.

 

Los romanos consideraron las vías que conectaban las provincias y ciudades del Imperio como un elemento crucial en su estrategia política y militar. De ahí que, como cuentan desde la web Aquis Querquenis, la construcción de estas carreteras respondiera siempre a una meditada estrategia que solía partir desde la misma Roma. Los autores del blog, de hecho, consideran como un «error historiográfico» la teoría que asocia la construcción de carreteras a las campañas militares. 

 

«Sí que los ingenieros militares realizaban construcciones puntuales (por ejemplo, se construían puentes para cruzar ríos, que luego eran desmontados) para realizar determinados movimientos tácticos durante una batalla, pero la ejecución viaria con un sentido comercial siempre lo debemos asociar a una planificación de tipo política», aclaran.

 

A Roman road crossing the Gredos mountains of Spain.

Que la decisión de la construcción de una de las llamadas Viae Publicae (vías públicas) partiera del mismo centro del poder político del Imperio da muestra de las dimensiones que solían tener este tipo de obras que, en la mayoría de los casos, solían requerir de la deforestación de la zona por la que debía atravesar la calzada.

 

Los mensores eran los profesionales encargados de determinar el trazado más adecuado en función de las características del terreno. Su labor era muy similar a la realizada por los actuales topógrafos. Como cuentan en Aquis Querquenis, el nivel de inclinación de la vía no debía superar el 8% de pendiente para facilitar así la circulación de los vehículos de tracción animal, en especial cuando estos transportaban carga.

Mensores o «medidores»

Una vez retirada la vegetación, los obreros excavaban el terreno hasta encontrar una base sólida. Era entonces cuando se procedía al allanamiento del piso y después a la delimitación del ancho (que en estos tipos de vía solía estar entre los 6 y los 12 metros), para lo cual se solía utilizar piedras talladas a modo de bordillos.

 

Para la cimentación del terreno era frecuente recurrir a piedras de gran tamaño, ya que sería esa capa inferior la encargada de soportar todo el peso de los vehículos que transitaban por la calzada.

 

A continuación, sobre esta capa se extendía otra formada por una mezcla de piedras algo más pequeñas y áridos finos para sellar los posibles huecos. Como explica Isaac Moreno Gallo, historiador especializado en ingeniería civil antigua y moderna, para la capa de rodadura de la carretera se utilizaban las llamadas zahorras, compuesta por arena, gravilla  y arcilla. Para la construcción de este estrato, el más superficial, se solían emplear materiales de más calidad para garantizar la mayor durabilidad posible.

 

El propio historiador explica que, una vez que se compactaba una capa, los carros basculantes, tirados por animales de carga, se encargaban de avanzar sobre ella para depositar los materiales de la siguiente. El extendido de estos, a su vez, se realizaba con tablones. A continuación, los materiales se regaban para después compactarse a través de unos rodillos, tirados normalmente también por animales. 

 

Para evitar que el agua se estancase en el pavimento, las carreteras solían contar con una ligera pendiente a ambos lados para favorecer el desagüe lateral del agua de la lluvia. Una de las curiosidades descubiertas recientemente y descritas por el propio Isaac Moreno son las denominadas cunetas de balizamiento, una especie de zanjas excavadas a unos 20 metros de la calzada y a ambos lados de la misma y que, entre otras funciones, evitaba la invasión de la calzada por parte de la fauna salvaje de la zona y dificultaba también la labor de los posibles asaltantes.

 

Aunque esta no es la única curiosidad sobre las carreteras romanas. Aquí van algunas cuantas más acerca de sus calzadas más famosas:

 

Via Apia

. La primera gran calzada romana fue la Vía Apia. La mandó construir en el año 312 a. C. el censor Apio Claudio Caeco para unir Roma y Capua. Tenía unos 8 metros de ancho y superó los 540 km de longitud

 

.  A medida que la red de calzadas romanas se fue extendiendo, a su paso se fueron construyendo las llamadas mansios,  antecesoras de las posteriores posada y ventas. De la gestión de estos lugares pensados para el descanso de los viajeros se encargaba el Gobierno de Roma.

 

.  A falta de mapas de carreteras o de Google Maps, para los romanos el itinerario Antonino era la fuente de información sobre las carreteras más fiables. Se trata de un documento que, al parecer, se fue actualizando con el paso de los años y que contenía información detallada de las carreteras del Imperio. En él, estas se identifican con un número, junto al cual aparecía el nombre de la ciudad de origen y la del destino, la longitud en millas de la calzada y, en ocasiones, las ciudades o paradas intermedias más relevantes.  

 

. Las carreteras romanas no solían tener curvas. La razón, según los historiadores, era la practicidad que caracterizaba a los romanos. En este caso, aunque sabían cómo trazar las curvas, en su lugar preferían trazar pequeños tramos de líneas rectas que cambiaban de dirección según las necesidades del terreno. El motivo no era otro que el hecho de que las rectas permitían una mejor visualización de las balizas de señalización.

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