Sucedió durante la desescalada, cuando empezamos a fijarnos en noticias irrelevantes y divertidas. Un bar de Alemania se hizo viral en Facebook al utilizar un curioso método para que sus clientes respetaran la distancia de seguridad: los churros de piscina. Estos artilugios, pensados inicialmente para ayudar a los más pequeños a mantenerse a flote en el agua, miden aproximadamente metro y medio, así que colocando uno de ellos en un sombrero, el cliente se asegura de mantener la distancia sin grandes problemas. La idea es buena. Pero ni mucho menos original.

Antes de que el virus llegara a nuestra vida, la distancia de seguridad solo tenía sentido en la carretera. Y fue precisamente ahí donde se empezó a hackear el uso del churro. En un artículo del 2019, la revista estadounidense Quartz aconsejaba a los ciclistas llevar siempre un churro de piscina en sus incursiones en carretera. Este vistoso artilugio, al atarse en la parte posterior de la bicicleta, señalaría el metro y medio de distancia que los coches deben guardar con la bicicleta a la hora de adelantarla. El churro es perfecto: es barato y fácil de encontrar, su color lo hace llamativo y su material, flexible y blandito, inocuo, incluso a altas velocidades.

El artículo de esta revista no descubría nada nuevo; venía, más bien, a recoger una costumbre extendida entre la comunidad ciclista. Una costumbre tan sencilla como práctica. Por mucho que los conductores conozcan la legislación, a veces es complicado calcular la distancia al realizar un adelantamiento; a veces, simplemente, no prestan suficiente atención. Y en esos momentos es mucho más fácil y divertido recordárselo con un enorme churro de colores. 

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